Wednesday, February 18, 2015

¿Cuando es que se llega a la adultez?

Los y las abuelas dicen que los ciclos de vida son de cincuenta y dos años, pasando por cuatro etapas de crecimiento: niñez, juventud, adultez, y vejez. Masomenos, cada etapa es de trece años. La adultez viene a los 26, y el respeto de anciano a los cincuenta y dos.

Como los cuatro elementos, nuestras vidas están hechas como nuestros cuerpos: son de materia, espíritu, emociones, y pensamiento. Cada una de estas etapas crecemos en cada uno de estos aspectos, mejorando nuestra afinación corporal, emocional, racional y espiritual. Claro, ninguno de estos aspectos está fragmentado, pero algunas situaciones parecen acentuar en dónde se necesita más aprendizaje.

Cuando era pequeña, mi amada tierra caliente me proveía con todos los paisajes que mi curiosidad pudiera desear. El mar, los ríos, los árboles; todo el cielo azul y sus matices entregándose a mis ojos enamorados.

- ¡Papá! ¿Por qué hay tantas nubes en el cielo? ¿Por qué las nubes son blancas? ¿Por qué son las nubes tan diferentes?
- Las nubes están hechas de vapor. Son agua que flota, esperando ser liberada. Cuando las nubes están blancas, flotan y se arreglan de varias formas: unas parecen algodón; esas se llaman cumulus;  otras son largas, y esas son las más altas en el cielo.

Saliendo por horas a jugar en la calle, todos mis días estaban llenos de oportunidades para correr, esconderme, demostrar mi fuerza, mi velocidad, y mi audacia física. Mi cuerpo volaba encendido por la curiosidad y la energía interna que sólo una niña o niño pueden comprender.

- Mañana tenemos que ir al hospital.
- ¿Por qué?
- Te tienen que poner la vacuna. Para que no te enfermes.
- ¿Con aguja?
- Si, con aguja.

- ¿Ya estás lista? Dame tu bracito.
    Eso. ¿Te bañaste?
- Si -contesto yo, orgullosa, con una sonrisa de oreja a oreja.
- Mhmm vamos a ver si es cierto —dice la enfermera, mientras empapa un algodón con alcohol etílico y lo pasa arriba de mi antebrazo, por la fosa del codo—mira nadamás, ¡Cuánta mugre!
- ¿¡Pero qué?! ¡No es mugre, si yo me bañé ayer en la noche!

(Después de eso, nunca me gustaron mucho las enfermeras, que encuentran mentiras hasta en donde no existen.)

La niñez, para mí, fue el comienzo de un sueño llamado vida, con todos sus sabores, colores, dolores, y alegrías. Es cuando todo era tan nuevo, tan fresco, tan interesante, que no podía quedarme quieta ni un momento. Los tenis sin abrochar, las raspaduras de cada semana, el sabor de sal en la boca, los bolis de jamaica de Doña Mary, los viajes en bicicleta hacia tierras desconocidas por la colonia, las mascadas de mi mamá y los pañuelos de mi papá hechos una morada árabe dentro de mi cuarto, las salidas de puntitas para mojarme en la lluvia con los vecinos durante la siesta de mis papás, las historias de terror enfrente de la casa abandonada, el golpe en el baño mientras jugaba con mi hermano a enjabonarnos que me tumbó los dientes de enfrente por primera vez, la sangre roja que brotaba de mi dedo cuando me corté queriendo hacerle un hoyo a un regalo, el dolor de oído por el agua del mar que le escondía a mi padre porque no quería ser regañada, las peliculas en casa de enfrente de la Maestra Cristy por las tardes, los planes con su hijo Cesar de hacer un telefono con cuerda y vaso que cruzara desde mi ventana hasta la suya, las canciones de rock y los juegos de chitón con mis amigos, la caguama de mi papá en el deposito de a la vuelta, las pinteadas de la misa en los Domingos que hacía con mis hermanos, y al final, las peleas de mis papás que iban y venían.
            Según los abuelos, mi adultez no llega hasta los 26 [si, si, en dos años más, pues]. Pero cuando yo tenía nueve —nueve en mi memoria histórica, quizás diez en el calendario Gregoriano—mi adultez llegó. Es una adultez muy interesante, una adultez precoz que me obligaba a ser madre cuando ni la pubertad se había asomado por mi piel. Después de varias peleas, muchos correos románticos en ingles, y un mes en exilio con el vecino, mi madre afiló sus pies y voló hacia el norte, con un “hasta luego” jamás enunciado cuyo silencio pareció un adiós.
            Por eso hasta hoy, creo firmemente en los ciclos de los abuelos, aunque mi vida misma los haya desobedecido. He sido adulta mientras niña, y asimismo soy niña hoy, en la víspera de mi adultez. 





1 comment:

  1. Aunque no soy nativa de una cultura de quinceañeras, según aquí sí tenemos el "Sweet Sixteen." Son mentiras, todas. Ese cuestión clásico de niña vs mujer, cuándo se sabe que una ya dejó de ser una y se convertió en la otra, su repuesta a mí me elude todavía. Me hace sentir incomoda decir que soy mujer, mas aun así se me hace incorrecto decir que soy niña. Me quedo con "hembra" pues jaaa

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