Los y las abuelas dicen que los ciclos de
vida son de cincuenta y dos años, pasando por cuatro etapas de crecimiento:
niñez, juventud, adultez, y vejez. Masomenos, cada etapa es de trece años. La
adultez viene a los 26, y el respeto de anciano a los cincuenta y dos.
Como los cuatro elementos, nuestras vidas
están hechas como nuestros cuerpos: son de materia, espíritu, emociones, y
pensamiento. Cada una de estas etapas crecemos en cada uno de estos aspectos,
mejorando nuestra afinación corporal, emocional, racional y espiritual. Claro,
ninguno de estos aspectos está fragmentado, pero algunas situaciones parecen
acentuar en dónde se necesita más aprendizaje.
Cuando era pequeña, mi amada tierra
caliente me proveía con todos los paisajes que mi curiosidad pudiera desear. El
mar, los ríos, los árboles; todo el cielo azul y sus matices entregándose a mis
ojos enamorados.
- ¡Papá! ¿Por qué hay tantas nubes en el
cielo? ¿Por qué las nubes son blancas? ¿Por qué son las nubes tan diferentes?
- Las nubes están hechas de vapor. Son
agua que flota, esperando ser liberada. Cuando las nubes están blancas, flotan
y se arreglan de varias formas: unas parecen algodón; esas se llaman
cumulus; otras son largas, y esas son
las más altas en el cielo.
Saliendo por horas a jugar en la calle,
todos mis días estaban llenos de oportunidades para correr, esconderme,
demostrar mi fuerza, mi velocidad, y mi audacia física. Mi cuerpo volaba
encendido por la curiosidad y la energía interna que sólo una niña o niño
pueden comprender.
- Mañana tenemos que ir al hospital.
- ¿Por qué?
- Te tienen que poner la vacuna. Para que
no te enfermes.
- ¿Con aguja?
- Si, con aguja.
- ¿Ya estás lista? Dame tu bracito.
Eso. ¿Te bañaste?
- Si -contesto yo, orgullosa, con una
sonrisa de oreja a oreja.
- Mhmm vamos a ver si es cierto —dice la
enfermera, mientras empapa un algodón con alcohol etílico y lo pasa arriba de
mi antebrazo, por la fosa del codo—mira nadamás, ¡Cuánta mugre!
- ¿¡Pero qué?! ¡No es mugre, si yo me
bañé ayer en la noche!
(Después de eso, nunca me gustaron mucho
las enfermeras, que encuentran mentiras hasta en donde no existen.)
La niñez, para mí, fue el comienzo de un
sueño llamado vida, con todos sus sabores, colores, dolores, y alegrías. Es
cuando todo era tan nuevo, tan fresco, tan interesante, que no podía quedarme
quieta ni un momento. Los tenis sin abrochar, las raspaduras de cada semana, el
sabor de sal en la boca, los bolis de jamaica de Doña Mary, los viajes en
bicicleta hacia tierras desconocidas por la colonia, las mascadas de mi mamá y
los pañuelos de mi papá hechos una morada árabe dentro de mi cuarto, las
salidas de puntitas para mojarme en la lluvia con los vecinos durante la siesta
de mis papás, las historias de terror enfrente de la casa abandonada, el golpe
en el baño mientras jugaba con mi hermano a enjabonarnos que me tumbó los
dientes de enfrente por primera vez, la sangre roja que brotaba de mi dedo
cuando me corté queriendo hacerle un hoyo a un regalo, el dolor de oído por el
agua del mar que le escondía a mi padre porque no quería ser regañada, las
peliculas en casa de enfrente de la Maestra Cristy por las tardes, los planes
con su hijo Cesar de hacer un telefono con cuerda y vaso que cruzara desde mi
ventana hasta la suya, las canciones de rock y los juegos de chitón con mis
amigos, la caguama de mi papá en el deposito de a la vuelta, las pinteadas de
la misa en los Domingos que hacía con mis hermanos, y al final, las peleas de
mis papás que iban y venían.
Según los abuelos, mi adultez no
llega hasta los 26 [si, si, en dos años más, pues]. Pero cuando yo tenía nueve
—nueve en mi memoria histórica, quizás diez en el calendario Gregoriano—mi
adultez llegó. Es una adultez muy interesante, una adultez precoz que me
obligaba a ser madre cuando ni la pubertad se había asomado por mi piel.
Después de varias peleas, muchos correos románticos en ingles, y un mes en
exilio con el vecino, mi madre afiló sus pies y voló hacia el norte, con un
“hasta luego” jamás enunciado cuyo silencio pareció un adiós.
Por eso hasta hoy, creo firmemente en
los ciclos de los abuelos, aunque mi vida misma los haya desobedecido. He sido
adulta mientras niña, y asimismo soy niña hoy, en la víspera de mi adultez.
Aunque no soy nativa de una cultura de quinceañeras, según aquí sí tenemos el "Sweet Sixteen." Son mentiras, todas. Ese cuestión clásico de niña vs mujer, cuándo se sabe que una ya dejó de ser una y se convertió en la otra, su repuesta a mí me elude todavía. Me hace sentir incomoda decir que soy mujer, mas aun así se me hace incorrecto decir que soy niña. Me quedo con "hembra" pues jaaa
ReplyDelete