Durante este invierno, regresé a visitar a mis abuelos, después de mucho extrañarlos. El último día de mi corta estancia, me encaminé hacia el nacimiento para visitarlo y ofrecer un rezo.
No recordaba haber visto tantos nopales la primera vez que fui. La entrada al lugar donde el agua "nacía" hacia el exterior estaba rodeada de un bosque de nopales acompañando al cauce fino y quedo, y casa pisada junto al río aumentaba la energía de bienvenida y el sonido solemne del ambiente.
No había sido hasta muy recientemente que me permití abrir los ojos a mi espiritualidad. Jamás pensé que podía sentir cosas más allá de las caídas en el suelo o los sonidos de la naturaleza, que me encantan de por sí. Pero desde hace unos años, que he pensado en los ancestros que conozco y desconozco, sobre mi identidad mestiza y lo que esconde, me he sentido despertar en sentidos nuevos, que no puedo describir mas que por sueños y otros pensamientos-emociones.
Amatlán es un lugar peculiar. Uno pensaría que es de lo más aislado, siendo una cabecera municipal bastante pequeña, atrapada en uno de esos triángulos de Nayarit que se escabullen en el hombro de Jalisco, cuando uno mira al mapa. Es un lugar donde la energía renace de la tierra, rodeada por abundancia como un oasis en medio del desierto. Caliente y abundante en agua, la siembra es más que posible por esos lares. Amatlán fue fundado en 1620, pero en 1530 fue conquistado por los españoles bajo Nuño Beltrán de Guzman y Fray Juan Padilla. Esto es muy temprano en la época de la colonización, que comenzó en 1521 en el Valle de México. Sin duda fueron los intereses por los recursos minerales el motivo del querer asegurar este territorio.
Ahora que vivo en California, he aprendido de la enorme diáspora Amatlense que se vino a Estados Unidos. Amatlán, como muchos otros pueblos de México, se vacía considerablemente con el movimiento migratorio hacia el norte. Las visitas de familia y remesas se notan aún mas durante las fiestas de Enero, cuando miles regresan a reconectar con amigos, familia, comunidad, y a pasar buen rato. Amatlán también atrae turismo por sus balnearios.
Para mí, Amatlán es a tierra de mis abuelos, donde mi mente se nutre al leer de los estantes solitarios, o donde mi corazón aprende sobre su pasado tan solo sentándome a la sobremesa con café y galletas. Es donde todo el tiempo se detiene y el cuerpo se recupera, la introspección ocupa la mente al caminar por el malecón del río, y el amor desborda entre la comida de la abuela, las tías, los chistes y los juegos de mesa. El calor de Amatlán y su naturaleza casi como las de mi tierra, Puerto Vallarta, y a veces los dos lugares parecen estar tan conectados que en mi mente me siento nacida en los dos.
Esta tierra es donde mis ancestros se conocieron, se adaptaron y se volvieron Mexicanos libaneses, se casaron entre las diferencias, y se adoptaron entre sí.
Es la tierra de mi corazón y los corazones que me vieron nacer.